Puede que la campaña consiguiese pocos o ninguno de sus objetivos, a saber, reducir y eliminar el consumo de drogas entre la población norteamericana. Sin embargo, la oleada de anuncios, videoclips y actos plagados de las caras más famosas de la industria cultural norteamericana dejaron su sello en el mundo, dando a luz un nuevo mundo de marketing buenrollista.
La idea vino de la primera dama Nancy Reagan. Desde los
tiempos en que su marido gobernaba en California, Nancy había sentido inquietud
por los efectos de las drogas sobre sus queridos amigos de Hollywood. Tras
varias visitas a la clínica Betty Ford y al Daytop Village, su profunda
capacidad de análisis y extracción de la complejidad de los fenómeno
sociológicos, hizo que en su cabeza resonase un eslogan: “Simplemente di no”.
Con un eslogan tan poderoso, se hizo prácticamente
inevitable la aparición de multimillonarias campañas de publicidad que
alertaban de forma imprecisa a la juventud de los riesgos del consumo de
sustancias ilegales.
Uno de los anuncios de la campaña con ese característico doblaje de un camello cuya identidad étnica queda deja poco lugar a dudas.
Pero el climax de la guerra contra las drogas no llegaría
hasta la incorporación de las caras más conocidas para el público
norteamericano en esta atroz campaña. Comenzaba una nueva dinámica en la cual
el objetivo inicial quedaba difuminado por la necesidad de hacer aparecer a
ídolos en pantalla. En 1985, bajo el patrocinio del gobierno federal, se
producía el videoclip Stop the Madness, un auténtico desfile de celebridades en
un tema musical que llegaría ha irrumpir en el Billboard norteamericano. Antecediendo
en dos años al mítico We are the World, Stop the Madness se convirtió en un auténtico
referente para las campañas de distraído propósito de los famosos de Hollywood.
Entre las estrellas que participan podemos ver a individuos
tan comprometidos con la lucha contra la drogodependencia como Whitney Houston,
su marido Bobby Brown, Latoya Jackson o David Hasselhoff. Incluso podemos
encontrar a un joven Arnold Schwarzenegger realizando un cameo.
Arnold demostrando su compromiso contra las drogas en sus tiempos de culturista.
Tras el éxito desmedido del videoclip, la campaña se
expandió a otros ámbitos del entretenimiento como los deportes, donde se llegó
a implicar a plantillas completas de franquicias deportivas en auténticos despropósitos
audiovisuales.
Pocos jugadores conocían la clausula de su contrato que les obligaba a participar en esta clase de producciones.
Con la llegada de los ’90, el repertorio de buenas causas se
multiplicó exponencialmente y a la intrusiva aparición de temas como la violencia
de género y el racismo, se unió el desencanto progresivo de la generación
Nintendo a los que antes habían sido sus ídolos. Just Say No desapareció tal
como había llegado al mundo, sin cumplir ninguno de sus objetivos y mientras
una oleada de nuevas sustancias inundaba las calles de medio mundo. Sin
embargo, sus anuncios y videoclips quedaron para deleite de un público, y sus
formas marcaron un antes y un después en la incorporación de propaganda en las
producciones de consumo juvenil.
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