En el
verano de 1972, tras diez largos años de servicio y seis años sin pisar Norteamérica, me licencié y regresé a casa. El ‘Coronel de las Fuerzas Aéreas’ John Randall Hoth se había quedado en simple,
Sgt. de intendencia Hoth. Nunca llegué a pilotar nada parecido a un avión ni a cumplir mis sueños de heroísmo bélico, pero no se puede decir que mis años en el ejército fuesen una pérdida de tiempo. Había ahorrado una buena cantidad de dinero y había aprendido a usar una radio. Así que en cuanto volví, no dudé en cambiar mis aspiraciones, fijándome en los
medios de comunicación.
No era para nada como en Good Morning Vietnam...
En Des Moines, logré convencer al director de la emisora local
WHO News Radio para que me contratase, algo que para mí fue el mayor éxito de mi vida (los auténticos Reaganautas sabrán por qué fue tan importante trabajar concretamente en esta emisora para mí). Allí narré frente a un micrófono algunas de las noticias más importantes de la historia de América y del mundo, como
los atentados de Munich o la entrada de las tropas norvietnamitas en Saigón. Pero para finales de 1975, la buena emisora local se había quedado un poco pequeña para mí, así que decidí dar el gran salto e instalarme en
Nueva York para probar suerte en los medios de allí.
Los mejores empezamos en WHO Radio.
Nada más llegar, empecé a trabajar en una radio fórmula bastante mediocre en la que ni siquiera hablaba y me limitaba a hacer labores técnicas.
La situación era lo suficientemente mierdosa como para que no quisiese quedarme allí y probé suerte en todas las estaciones informativas que pude. Pero no había manera. Mi experiencia en la WHO de Des Moines y un módulo de radio en el ejército no eran suficientes para la mayoría de las emisoras. Tiempo después descubrí que la emisora para la que trabajaba,
la MusicRadio 77, que pertenecía a la cadena ABC, estaba en todo momento bajo la supervisión directa de un directivo estirado y con cara maquiavélica llamado
Michael Eisner. No me cuesta demasiado sospechar que él tuvo algo que ver con el sabotaje sistemático de mis aspiraciones a trabajar en algún medio informativo, por lo que se podría considerar el primer boicot a mi carrera, pero en aquel momento no fui consciente.
Sin embargo, al cabo de unos meses, tuve la suerte de conocer a un predicador evangelista que por aquella época contaba con una influencia creciente en los medios de comunicación. Se trataba de
Pat Robertson. Aunque yo nunca he tenido demasiadas preocupaciones por lo que piensa o deja de pensar Dios, Robertson y yo trabamos una buena amistad inmediatamente. Colaboré un tiempo en algunos medios de la
Christian Broadcasting Network y, en 1977, Robertson me convención para matricularme en la
Regent University, un centro de estudios que el predicador había establecido con su propio dinero en Virginia. No se puede decir que en aquella época yo tuviese edad para se un universitario, pero Robertson me convención de que si quería crecer en los medios de comunicación, me haría falta contar con una titulación.
Pattie siempre se las gastó de esta guisa.
El caso es que allí, en lugar de aprender nada útil, lo que me dediqué a hacer fue ver dibujos animados con mensajes bíblicos, aprender algo sobre animación y a realizar guiones para series de televisión y largometrajes. Mientras tanto, continuaba en la
CBN haciendo campaña contra Jimmy Carter, primero, y
a favor de Ronald Reagan después, durante las primarias republicanas y las elecciones presidenciales de 1980. Para 1982, Reagan ya ocupaba la Casa Blanca, yo contaba con mi título en comunicaciones y, dado que la televisión me aburría enormemente, decidí cambiar de aires y probar suerte en otros ámbitos con una idea que, en mi opinión, me habría catapultado directamente al éxito.
¡Una serie de dibujos animados sobre Vietnam!
La idea estaba bastante clara en mi cabeza. Se trataba de una serie que narraría las aventuras de una serie de soldados americanos en Vietnam que serviría para explicar a los más pequeños por qué luchamos en esa guerra frente a la avalancha de propaganda liberaloide que transmitían los medios de comunicación. El proyecto contaba incluso con un equipo. H
arold Meyer, un antiguo compañero mío del East High School de Des Moines, había trabajado en producciones del enfermo mental de
Ralph Bakshi y, harto de las constantes tomaduras de pelo del israelí, había decidido probar suerte por su cuenta, con lo que no fue difícil convencerle. Yo mismo me ocuparía de los guiones y con un presupuesto bastante ajustado, consideramos que podíamos hacer algo bastante bueno, algo que revolucionase los dibujos animados.
Pero el primer portazo nos le dio nada menos que el propio
Pat Robertson, el cual se negó tajantemente a producir y emitir la serie. Así que ni cortos ni perezosos, decidimos que Virginia Beach no era el mejor lugar para intentar probar suerte con una serie tan animadora y
trasladamos todo el equipo a Los Ángeles. Allí los problemas no harían sino aumentar, ninguna productora estaba dispuesta a darnos un voto de confianza.
Si en la Segunda Guerra Mundial se pudo, ¿por qué no en los '80?
Por suerte, al cabo de un año dando vueltas, gracias a un contacto de Meyer, tuvimos la oportunidad de conocer al mismísimo
Ron Miller en persona. Miller no estaba interesado en una serie de animación con personajes humanos que combaten en una guerra tan controvertida como Vietnam. Así que
la idea original fue sustituyéndose paulatinamente por una serie de animales antropomórficos que combaten en la
Segunda Guerra Mundial. A mi no me hacía la más mínima gracia, pero por momentos seguía pensando que se trataba de mi primera idea original solo que con unos leves matices. A Meyer, sin embargo, le entusiasmaba la idea.
Este fue el primer logo de la que más tarde sería la MTv infantil...
Miller apostó bastante fuerte por nosotros y, aunque en un primer momento se pensaba en producir la serie para vender los derechos de emisión a algún otro canal, la cosa fue degenerando en una serie cada vez más infantil en la que la guerra quedaba como un elemento de contexto secundario para hacer principal hincapié en las alegres y divertidas aventuras de dos personajes con cara de perro e hipopótamo,
el sargento Toby, y el cabo Hippo. Con este formato y añadiendo canciones, se planteaba
emitir en el propio canal recién creado por la Disney. Incluso se planteó una fecha para empezar a emitir en septiembre.
En
la primavera de 1984, mientras nosotros nos encontrábamos entusiasmados trabajando en lo que pensábamos, sería la culminación de dos largo años de trabajo,
la Disney vivió, como ya saben ustedes, un auténtico golpe de mano de Roy E. Disney que sustituyó a Miller por el despreciable Eisner. En un primer momento pensamos que el asunto no nos afectaría lo más mínimo, pero con el paso de los meses, comenzaron a llegarnos insinuaciones acerca de la pertinencia del proyecto. Para empeorar las cosas,
los estudios Disney hicieron una oferta directa a Meyer para trabajar en otros proyectos, disolviendo nuestra sociedad con el trabajo a medio hacer. Y en septiembre, finalmente, el propio Eisner se tomó la molestia de comunicarme que nuestra serie jamás sería emitida. Me enfadé porque había sido mucho tiempo de trabajo y a partir de ese momento tendría que volver a empezar, en esta ocasión sin Meyer a mi lado. Pero no sabía ni la mitad de las cosas.
En el contrato que habíamos firmado con Miller, la Disney se reservaba, no solo el derecho de modificación de la obra, sino también su total exclusividad. Eisner me había dejado en la calle, me había robado a mi socio y se había apropiado de la mejor idea de mi vida, sin siquiera la intención de emitirla jamás. Y lo había hecho solo para acabar conmigo. Me lo hizo saber así. Sin ninguna dificultad y sin que afectase lo más mínimo a su trabajo, había tirado por tierra todos mis proyectos. A él no le importaba lo más mínimo si se llegaba a emitir
Las Aventuras de Hippo en Disney Channel. A él solo le interesaba acabar conmigo. Yo no entendía por qué.
Ron Miller. No hubo más bum-bum para este baby san... Ni para el Sgt. Toby.
Entonces, tras varias reclamaciones y una amenaza de demanda que, tal y como mis abogados me dijeron, no tenía la más mínima oportunidad de prosperar,
Eisner me hizo llegar una carta. En la carta se burlaba de mí abiertamente. Y concluía con: “Gracias por tus ideas, quizá le demos alguna utilidad ahora que son nuestras. Si quieres, yo me encargaré personalmente del funeral del cabo Hippo.
¡Hasta contrataré un payaso!”. Y entonces el recuerdo iluminó mi cabeza, al tiempo que un único pensamiento me asaltaba.
Hijo de puta rencoroso…