lunes, 26 de marzo de 2012

Eisner no quiso contratarme (I) - ¿Quién demonios es Michael Eisner?

Mi madre solía decir, “no comas del comedero del perro ni contrates a un payaso para un funeral”. Si le hubiese hecho caso, posiblemente ahora estaría montado en el dólar y no mendigando a los anunciantes que no tienen dinero suficiente para costearse espacios en The Rush Limbaugh Show o en The O’Reilly Factor o que son tan sumamente tacaños que ofrecen una maldita miseria a pesar de haber cobrado millones de dólares de los contribuyentes en los socializantes rescates de Obama (¿Lo leéis miserables de la Lyoness Automotion Company?). Pero de errores está plagado el camino y la marcha atrás no existe en la vida más que como método anti-conceptivo ineficiente.

Con todo, aunque es fácil echar la vista atrás y culparse a uno mismo por los errores cometidos en el pasado, es aún más fácil echarle la culpa a otro. En mi caso, ese otro es Michael Eisner, el hombre que ha venido saboteando mi carrera siempre que ha tenido ocasión. Y lo ha hecho, simplemente porque es un maldito rencoroso, porque nunca supo encajar una broma y porque le ha venido en gana. También, por supuesto, porque ha tenido los medios a su disposición para hacerlo…

 ¿Dejaría ustedes en manos de este hombre la educación de sus hijos? ¡Lamento comunicarles que ya lo hicieron!

A estas alturas, muchos de vosotros, queridos lectores y patriotas, os estaréis preguntando quién demonios es Michael Eisner. Permíteme decirte, sin ánimo de ofender, querido lector, que eso solo es porque eres un maldito ignorante y que quizá deberías sacar tu cabeza de tu culo y enterarte de quién ha sido el responsable de la educación de tus hijos mientras tú te divertías despreocupadamente en el bar con tus amigos. Desde Walt Disney, nadie había tenido tanto poder sobre los cerebros infantiles como el que alcanzó Michael Eisner.

Allá por 1984, la Disney se encontraba al borde del abismo. Bajo el mando de Ron Miller, hombre de la familia con más buenas intenciones que conocimientos sobre cine, la productora se había lanzado a experimentar con producciones cinematográficas arriesgadas en un intento por desligarse de la imagen Bambi, establecida en vida del viejo Walt. En los años ’70 había firmado una ‘joint venture’ con la Paramount y se había lanzado a la conquista de todo el público. La estrategia parecía estar bastante clara. Hacer aquello que a las otras productoras les hubiese funcionado.

"Que cagada lo de Star Wars, ¿eh?" "Tranquilos, seguro que este bizarro plagio la supera"

Así, tras el éxito de La Guerra de las Galaxias de George Lucas (un proyecto que había estado en las manos de los buenos señores de la Disney, pero que habían rechazado en una genialidad más de la historia del cine), no dudaron en realizar su propia superproducción espacial con The Black Hole, una película que en su momento fue el mayor fracaso de la productora. No durante demasiado tiempo. Después del éxito de Excalibur y asumiendo con bastante clarividencia que el tema épico iba a calar hondo en los recién iniciados ’80, en 1981 volvieron a hacer de las suyas con Dragonslayer, una película demasiado siniestra para el público tradicional de Disney pero demasiado infantil para el público expectante de sangre, espadas y brujería, que terminó desbancando a la aventura espacial como mayor fracaso en la historia de los estudios.

Mientras tanto, en la asociación con Paramount, el estudio de la montaña nevada parecía llevarse todos los éxitos de la mano de Barry Diller y su mano derecha Mr Michael ‘odio a John R. Hoth’ Eisner. Barry había sacado a Eisner de la dirección de la cadena ABC para convertirle en su mano derecha y veía como todo lo que tocaban se convertía en oro.

El asunto copia de formato de éxito no parecía rendir los resultados esperados, así que Ronnie Miller pensó que sería una buena idea producir un proyecto descabellado que Steve Lisberger había estado paseando por todo Hollywood recibiendo portazo tras portazo (¡Por algún motivo Ronnie!). Un guion infumable, la dirección a cargo de un hombre que solo había hecho unos pequeños cortos sobre las olimpiadas boicoteadas de Moscú ’80 y 20 millones de dólares dieron como resultado Tron.

Tron...

Necesito hacer una pausa aquí. Muchos de ustedes no sabrán como funcionan las cosas en Hollywood, pero les garantizo que resulta increíblemente difícil que a uno le den dinero para producir algo. Puedes tener lo más grande que se ha hecho desde Rio Bravo que, hijo mio, te garantizo que vas a sudar sangre para conseguir que te produzcan. Así que me resulta difícil imaginar que le pasó por la cabeza a Miller cuando un hombre que solo había dirigido unos cortos sobre animalitos que hacen alegremente deporte en unas olimpiadas comunistas que no le interesan ni al maldito Dukakis le pidió 20 millones de dólares para hacer una película de ordenador, y decidió dárselos alegremente. ¡20 millones de dólares! ¿Qué se le pasó por la maldita cabeza? ¿Para esto combatimos en Vietnam? ¿Para que el fulano mediocre fauno-comunistoide como Lisberger reciba 20 millones de dólares?

Ronnie Miller parecía no aprender la lección y seguía empeñado en tratar de atraer al público que nunca iría a ver una maldita película de Disney mientras provocaba la ira de los aficionados a los dibujos de cuentos de hadas. A Tron le sucedió El Carnaval de las Tinieblas y para entonces, los accionistas dijeron, basta. En 1984, aprovechando la dimisión de Diller al frente de Paramount para contratar por Fox, Eisner hizo la jugada, se posicionó como el líder de Paramount, se alió con Roy E. Disney y dio el salto para convertirse en el CEO Manager de la Walt Disney Company. Miller le había dejado una bomba de relojería como regalo de despedida, la producción durante 7 años y a costa de 25 millones de dólares más de Tarón y El Caldero Mágico. Eisner trató de detener la producción, pero ya era demasiado tarde, y con un año de retraso respecto a lo programado, Taron se estrenó arrojando ‘solo’ 4 millones de dólares en pérdidas.

Era la hora de Eisner. Con un poder prácticamente absoluto y con una visión de negocio diametralmente opuesta a la de Miller, Eisner catapultó a la Disney hasta convertirse en un auténtico imperio de la comunicación. Para comenzar, le robó a Frank Wells a la Warner, que empezó por hacer lo que mejor sabía produciendo ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? Para evitar el error de Miller, las películas interpretadas por actores empezaron a ir firmadas por Touchstone, una marca secundaria bajo la cual se estrenaron obras clave de los ’80 como 1, 2, 3… Splash, Good Morning Vietnam o El Club de los Poetas Muertos (una idea de original de Miller que no llegó a aplicar antes de que le diesen la patada). Mientras, la marca Disney quedaba reservada para una nueva oleada de producciones familiares de animación que reventarían el mercado como La Sirenita, La Bella y la Bestia… Bueno, ya saben.

¿Por qué sonríe Mickey? Posiblemente porque le han dibujado así deliberadamente...

Pero Eisner no se limitó a cambiar el rumbo de la productora cinematográfica. El imperio de The Walt Disney Company comenzó a crecer diversificándose, y acumulando mecanismos con los cuales hacer la vida imposible a un servidor, un asunto para el que Eisner demostró ser un auténtico mago del buen hacer. A comienzos de los ’90 invadiría el sector de cine independiente haciéndose con el control de Miramax, la productora de los Weinstein, gracias al trabajo del tiburón de los negocios Jeffrey Katzenberg, responsable también de consensuar la alianza estratégica entre Pixar y Disney que tan buenos resultados le daría en el futuro. En 1996 se hizo con el control de ABC, un canal que había tenido una larga historia de colaboración con la Disney y en el cual habían comenzado su andadura tanto Eisner como Barry Diller y donde se introdujeron gracias a la actuación en su favor del multi-traidor Bob Iger. También se haría con el control de ESPN logrando una posición predominante en el ámbito de las retransmisiones deportivas.

Pero no todo fueron éxitos para Michael durante la era Clinton. En 1994, Frank Wells murió en un desafortunado accidente de helicóptero justo antes del estreno de El Rey León que proporcionaría los mayores beneficios de la historia de la Disney por una película. A partir de ese momento comenzaron a producirse las traiciones. Tras diez años en los que la industria cinematográfica se enfrentó a una sucesión de cambios traumáticos, la Disney y sus marcas secundarias comenzaron a padecer algunos fracasos sonoros en taquilla y a enfrentarse a la ira del público con algunos escándalos derivados de sus asociaciones comerciales.

El periplo de Michael Eisner al frente de la corporación de contenidos audiovisuales familiares terminó abruptamente en 2005. Roy E. Disney, que ya había protagonizado un golpe de mano en 1984 para aupar a Eisner al control de la corporación, le retiró en esta ocasión su apoyo para liderar una coalición denominada ‘Salvemos a Disney’, que sustituyó a la velocidad del rayo al bueno de Michael por su viejo amigo Robert Iger, responsable en años posteriores de convertir Disney Channel en una suerte de Mtv bizarra y adquirir por una fortuna salvaje la editorial de comics Marvel. Pero los 20 años de control de Eisner dejaron una huella indeleble en la industria del cine y la televisión, y un reguero de boicots y agravios contra el hombre que les escribe. Pero eso es una historia que conocerán, queridos lectores, más adelante.

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