martes, 20 de marzo de 2012

El Gurú recomienda: "No puedes comprar mi amor" (por menos de 1000 $)

Muchos son los mensajes, emails, telegramas y cartas escritas con sangre que me mandáis mis fans cada semana. En gran parte de ellos me pedís que os ilustre con mi enorme sabiduría y que os recomiende productos culturales y, en su defecto, meramente audiovisuales que cumplan con los estándares de calidad, forma, contenido y mensaje que exigimos en Reaganautas.

Narrado ya el problema, expongo mi solución. He decidido, en un alarde más de visión multimedia, reseñaros periódicamente algunas de las obras que considero fundamentales para la humanidad. La periodicidad será variable y dependerá de mí y de mi agetreada agenda de perversiones lúdico-sexuales y de que me vaya dando la gana, vaya. He aquí la primera reseña, se trata de una película: No puedes comprar mi amor (Can't buy my love), de 1987.


Porque el amor sí tiene precio...

Eddie Rash, responsable de memorables filmes como ¡Menudo yerno! (con Pauly Shore), American Pie 4 o la tercera y la cuarta parte de la pentalogía de animadoras !A por todas!, trata en la que es su mejor obra cinematográfica hasta el momento (lo siento, Pauly) el problema de la compra-venta de amor. Pese a lo que ya estaréis pensando, no se trata de una película en favor de la prostitución como Risky Business. Al menos no de la misma forma. La cuestión que plantea Rash mediante esta historia protagonizada por un cortacesped loser y espigado (Patrick Dempsey) y la chica más popular del instituto y del condado (Amanda Peterson) es la siguiente: ¿Puede comprarse el amor?

Mira lo que llevo en el zapato ¿Tienes cambio?
Pues como ya sabéis los reaganautas, la respuesta es afirmativa. Y pese a lo que diga el trailer, el resultado final de la película así lo demuestra. No pretendo haceros spoiler de la cinta, pero no es difícil llegar a la conclusión de que una buena película (especialmente en los años 80) debe tener un final feliz.

El caso es que Ronald (o Donald), el personaje que interpreta Dempsey, es un perdedor aficionado a la astronomía que gana algo de pasta cortando el césped de todo el vecindario. Entre sus clientes está la mamá de la reina del insti y jefa de las animadoras, la rubísima y chiquitina Amanda Peterson. Como podéis ver, el tema de las animadoras perseguirá al director a lo largo de toda su carrera. Donald (o Ronald) se rodea de perdedores y lleva boina y gafas, y no puede dejar de soñar con llegar a ser popular para poder enamorar a la chica con la que se afila el lápiz cada día en la mañana y antes de dormir y dejar por fin de lado a su amigo pelirrojo de pantalones pesqueros y pinta de llevar también una frenética actividad masturbatoria.

Sólo acepto Master Card y American Express, chato.
A pesar de sus pintas de geek y de los loser que le rodean, nuestro héroe es un tiburón social y piensa que quizá sería mejor invertir los 1000 dólares que había ganado cortando céspedes en algo mejor que un telescopio: alquilar durante un mes a la chica de sus sueños adquiriendo con ella una vida social y, quien sabe, sexual. Cuanto sufrimiento evita el dinero. Evidentemente, la chavala no es tonta y acepta de buena gana, ya que se veía en un aprieto por falta de liquidez. Es en este momento cuando empiezan una serie de líos de faldas, borracheras de éxito, subidas y bajadas en la escala social, fiestas, amistad, destierros sociales y demás relleno para conformar una película bastante disfrutable y con un giro argumental final al uso que hará las delicias de todo aquel que haya estudiado en un istituto en los Estados Unidos, como todos nuestros lectores.

Gócenla.

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